Ana María Martínez Justiniano, originaria de San Mateo Mozoquilpan, comparte su conmovedora historia de vida, marcada por la migración, la adaptación y una inquebrantable fortaleza, su relato ofrece una perspectiva única sobre los desafíos y las lecciones aprendidas a lo largo de una trayectoria que la llevó del campo a la bulliciosa Ciudad de México y de regreso a sus raíces.
Ana María vivió en San Mateo Mozoquilpan hasta los ocho años, una infancia que describe como una mezcla de felicidad y tristeza, pero que la ayudó a forjar su carácter; recuerda con especial cariño un episodio con su abuela, a quien consideraba su madre, cuando le compró una fresa grande, un recuerdo que aún hoy evoca con emoción, su abuela fue su figura materna hasta su fallecimiento, ya que su madre biológica vivía en la Ciudad de México.
A los ocho años, Ana María se trasladó a la Ciudad de México para vivir con su madre biológica, una etapa que describe como la más difícil de su vida, ya que la adaptación a la ciudad fue un choque cultural y personal, incluso, tuvo un incidente en el que, al saludar de mano a unas personas, una costumbre aprendida de su abuela, fue objeto de un comentario despectivo. Este tipo de experiencias, que hoy se conocerían como bullying, la llevaron a desarrollar una personalidad rebelde, aunque nunca con malicia: "Siempre dije que a mí ya no me iban a lastimar," afirma.
A los 14 años, Ana María se casó y a los 15 ya tenía a su primera hija, su matrimonio fue motivado por el deseo de tener su propia casa, un anhelo de estabilidad, sin embargo, la vida le deparaba varios giros inesperados. Tras perder su casa en la Ciudad de México y con seis hijos a su cargo, se vio obligada a regresar a San Mateo Mozoquilpan y lo que inicialmente se planeó como un regreso temporal de un año, se convirtió en 31 años de residencia.
El regreso a su lugar de origen fue un nuevo desafío, la falta de servicios y la diferencia en el estilo de vida en comparación con la Ciudad de México hicieron que la adaptación fuera difícil: "Fue muy difícil volverme a adaptar aquí porque sobre todo cuando vienes ya de la ciudad donde hay todo," explica. A pesar de las dificultades, Ana María encontró una forma de combinar ambos mundos, viajando constantemente entre la ciudad y su hogar.
Hoy, Ana María se siente orgullosa de su origen y de la mujer en la que se ha convertido, y atribuye a su experiencia en la Ciudad de México el haber aprendido a ser una mujer fuerte, que no se deja pisotear y que expresa lo que siente, y su mayor felicidad reside en ver a sus hijos lograr sus metas y en disfrutar de la tranquilidad de no tener preocupaciones económicas.
Ana María ofrece un valioso consejo a otras mujeres migrantes: "Sí se puede adaptarse uno a que no totalmente a donde lleguemos sean malos. Es simplemente que a veces no llegamos con la gente adecuada, pero pues sí se puede adaptarse este a ese mundo y sobre todo pues este pues a trabajar, ¿no?" También enfatiza la importancia de adaptarse a las costumbres del nuevo lugar y de respetar las ideas de los demás.
Su historia es un testimonio de resiliencia, de la capacidad humana para superar adversidades y de la importancia de mantener el orgullo por las raíces, sin dejar de aprender y crecer con cada experiencia.
Escucha aquí su historia: https://youtu.be/hXwb6Dj9VM8



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